El Seguro de Vida en tiempos de COVID-19 y más allá

 

 

Si en las condiciones de póliza no están expresamente excluidas las consecuencias de epidemias y/o pandemias, o enfermedades infectocontagiosas de denuncia internacional’, una muerte o una invalidez total y permanente causada por la enfermedad que produce esta forma severa actual del Coronavirus, estará perfectamente cubierta. Estamos sufriendo las consecuencias de un verdadero ‘cisne negro’, con un impacto devastador, de alcance planetario, tanto en la salud pública como en la economía de los países, las empresas y las familias. «Más allá de todo, si al asegurado se le diagnostica una condición cubierta por el seguro, pagaremos el beneficio. Para esto es para lo que se inventó el seguro. Es la razón de ser de nuestra industria…».

 

 

Escribe Walter Wörner 
Consultor en Seguros de Personas, ex directivo de aseguradoras
Coordinador del Programa Ejecutivo de Seguros de Personas AVIRA-UCA
Director de Cursos de Seguros, UAI
Coordinador de Cursos de Seguros, IUEAN

 

Algunas consideraciones generales

Para aportar tranquilidad, en respuesta a consultas de asegurados y productores asesores, una primera aclaración: Si en las condiciones de póliza no están expresamente excluidas las consecuencias de epidemias y/o pandemias, o ‘enfermedades infectocontagiosas de denuncia internacional’, una muerte o una invalidez total y permanente causada por la enfermedad que produce esta forma severa actual del Coronavirus, estará perfectamente cubierta.

«Cuando creíamos que teníamos todas las respuestas, de pronto cambiaron todas las preguntas» (Mario Benedetti).

 

Introducción – Contexto

Justo cuando empezábamos a creer en nuestro tránsito ‘de animales a dioses’, del ‘Homo Sapiens’ al ‘Homo Deus’, nos toca enfrentar a un enemigo no tan invisible que nos pone, de golpe, nuevamente frente a otro desafío a sumar a las ‘21 lecciones para el siglo XXI’. (Gracias Yuval Noah Harari, entre muchos otros referentes, por ayudarnos a pensar y a sintetizar permanentemente nuestros modelos mentales). Un golpe, además, a nuestra arrogancia como especie, cuya capacidad de destrucción hasta podría ser superada por un virus o una nueva cepa de uno conocido, al menos hasta que la ciencia logre finalmente descifrar su estructura, comportamiento y, por lo tanto, cómo prevenir su contagio y tratarlo efectivamente. Hasta que aparezca la próxima amenaza, tal vez también en forma de virus, pero esta vez cibernético; un riesgo que se va consolidando como uno de los más temibles para las empresas, las organizaciones de todo tipo, los individuos, los estados, los aseguradores y los reaseguradores, y cuyas coberturas tendrán un importante desarrollo en nuestra industria. Deben generarse, por lo tanto, mecanismos que nos permitan anticiparnos a probables eventos críticos de cualquier naturaleza que podrían generar consecuencias aún más devastadoras. Un llamado de atención que nos está costando caro.

Vivimos en un mundo VICA (VUCA, en inglés): volátil, incierto, complejo, ambiguo, lo que nos impone considerar la incertidumbre, el caos, los cisnes negros, los sistemas complejos y la teoría de redes en la construcción de escenarios probables. Como recomiendan los expertos, ir de un escenario de caos hacia uno de complejidad. Como en todo sistema, en el que todas sus partes son altamente interdependientes, estos sistemas complejos tienen la potencialidad de ser dinámicos, no lineales e impredecibles en su comportamiento. Un pequeño cambio en una parte del sistema es capaz de generar impactos desproporcionados y escalar de manera exponencial. El efecto mariposa.

 

 

Al momento de escribir este comentario se está pensando, en nuestro país, en una salida progresiva de la cuarentena impuesta por este virus que ha puesto al mundo en una situación de crisis imprevista. Un ‘aislamiento social preventivo y obligatorio’ que derivará, cuando podamos dejar de usar las (ahora) recomendadas ‘mascarillas’ (los barbijos, nos dicen, deben quedar reservados para quienes son los protagonistas en el frente de batalla, el personal de salud), en el distanciamiento social como una especie de ‘barbijo virtual’. La sensación predominante podría ser asimilada a la de un grupo de actores que están improvisando una obra de la que no conocen más que fragmentos del libreto, que deben ir desvelando, en un escenario que resulta amedrentador y amenazante. Y, como si fuera poco, vivimos hiperconectados, expuestos a sobreinformación, pero en general desinformados y con dificultades para reconocer información confiable. En palabras de Santiago Kovaldloff, «seamos cautos para no caer en la tentación de la profecía».

Dada la multidimensionalidad de la crisis, hasta los que (más) saben están aprendiendo y hay que actuar ‘sobre la marcha’, tratando de evitar que escale y de encontrar la forma más efectiva de superarla al menor costo posible.
Más allá de algunas advertencias de voces calificadas lamentablemente desoídas, entre ellas la (ahora) muy difundida charla TED de Bill Gates de marzo de 2015, estamos sufriendo las consecuencias de un verdadero ‘cisne negro’. Con un impacto devastador, de alcance planetario, tanto en la salud pública como en la economía de los países, las empresas y las familias. Y con consecuencias ya no tan difíciles de imaginar que nos harán modificar (esperemos) algunos de nuestros hábitos y comportamientos, y que lo harán (lamentablemente) en otros.
Pero los problemas globales, como el del cambio climático y el de esta pandemia, por ejemplo, requieren soluciones globales. Las respuestas aisladas a nivel de los estados-nación ya no son efectivas, habrá que conformar estructuras supranacionales que coordinen la cooperación y las intervenciones para hacer frente a las amenazas que, como ésta, puedan poner en riesgo las vidas de los ciudadanos, la economía, las estructuras sociales, la seguridad. Esta última cuestión, que suponemos no casualmente el gobierno está poniendo en agenda, plantea la disyuntiva de cuánta libertad individual habrá que ceder para lograr un mayor grado de seguridad, así como las discusiones sobre la privacidad y la protección de los datos personales, entre otros desafíos actuales.
En nuestro país, aún habiéndose tomado decisiones que los sanitaristas consideran acertadas y oportunas, esta situación es particularmente crítica debido a graves problemas socioeconómicos estructurales que se vienen acentuando desde hace varias décadas.
Un cimbronazo que también tiene y tendrá implicancias culturales profundas, que desde el sector deberíamos aprovechar para acentuar la difusión de conciencia aseguradora: la cultura de la prevención, de la previsión (expandir nuestro horizonte de planeamiento del corto al largo plazo), del seguro y del ahorro. Y, ante todo, conciencia del riesgo y probabilidades, una asignatura que debería estar incorporada a los planes de estudio desde la escuela primaria.
Un evento que nos toma por sorpresa y que también pone a prueba nuestros sistemas de salud y nuestros protocolos para este tipo de emergencias. Y que requiere de los aseguradores una respuesta efectiva y oportuna, cuando corresponda.

 

Si no está expresamente excluido, está cubierto

Una frase que alguna vez leí en un diario, atribuida a Peter Medawar (Premio Nobel de Medicina en 1960), adquiere especial relevancia en estos momentos: «un virus es un trozo de ácido nucleico rodeado de malas noticias». Reflexión que me llevó, entonces, a leer sobre algunos episodios de fuerte impacto en la historia conocida de la humanidad, alguno de los cuales hasta llegó a diezmar a un tercio de la población europea.

Pero dejemos la explicación de las causas, impactos y tratamientos posibles a los especialistas y a quienes tienen la responsabilidad de coordinar las respuestas a estas crisis y a diseñar políticas públicas efectivas. De lo que pretendo ocuparme brevemente -por ahora, como una primera aproximación- en este espacio es de los efectos de esta pandemia en la industria de los seguros de personas, del seguro de vida en particular.
Para aportar tranquilidad, en respuesta a consultas de asegurados y, sobre todo, de productores asesores, una aclaración: Si en las condiciones de póliza no están expresamente excluidas las consecuencias de epidemias y/o pandemias, o ‘enfermedades infectocontagiosas de denuncia internacional’, una muerte o una invalidez total y permanente causada por la enfermedad (COVID-19) que produce esta forma severa del Coronavirus, estará perfectamente cubierta. La gran mayoría de los contratos -tanto de seguros de vida individual como colectivos- no comprenden esta exclusión. Sí es posible que en algún rider (cláusula adicional) o plan stand-alone se prevea alguna exclusión por esta causa. En particular, en coberturas de hospitalización, renta diaria por internación y trasplantes, entre otras relacionadas con ‘salud’.
La recomendación, aunque debiera ser -por obvia- innecesaria para los productores asesores, es leer -siempre- las condiciones de póliza. Es necesario conocer cabalmente el alcance de la cobertura, tanto respecto del riesgo principal cubierto como de los riesgos y beneficios adicionales y, sobre todo, las exclusiones de cualquier naturaleza, las carencias y los períodos de espera, en cláusulas adicionales y en seguros de salud. Para conocer el alcance y las posibles limitaciones de las coberturas de tipo prestacional que, si bien funcionan como un seguro, no están, en nuestro país, dentro de la órbita del seguro, debemos ‘escuchar’ a los referentes del sector de las entidades de medicina privada (prepagas).
Hasta el momento de escribir este comentario, unas pocas aseguradoras tomaron la iniciativa y comunicaron oportunamente que sus pólizas no excluyen epidemias/pandemias, y aclararon qué coberturas adicionales sí comprendían alguna exclusión relacionada. También desde AVIRA se comunicó que las pólizas que se comercializan en el país en su mayoría no excluyen esta enfermedad (COVID-19), y que los asegurados que resulten afectados por el virus contarán con los beneficios contratados.

 

 

Otras consideraciones preliminares generales, sobre la base de lo que se conoce hasta ahora

Sin duda las aseguradoras deberán considerar el impacto en términos de morbilidad y mortalidad que empieza a tener y tendrá ésta y probables futuras pandemias en la siniestralidad y en el proceso de suscripción -para evitar la selección adversa, la antiselección- y, posteriormente, en la elaboración de algunas de sus tarifas. Y prever otras situaciones de alto impacto como ésta. Riesgo, cálculo de probabilidades, ley de los grandes números, frecuencia e intensidad, máxima pérdida probable. Entre otras, las ‘materias primas’ de nuestra actividad. El trabajo de los técnicos y, sobre todo, de los actuarios, también con la asistencia de médicos especializados en seguros.
Si bien podemos infectarnos todos, más allá de las experiencias que puedan registrarse en diferentes países, se verifican tasas de mortalidad elevadas en personas de mayor edad, sobre todo a partir de los 70 años y, muy pronunciadamente, a partir de los 80 años, principal grupo de riesgo de esta pandemia, así como en pacientes que presentan enfermedades preexistentes y condiciones predisponentes: enfermedades cardiovasculares, diabetes, enfermedades respiratorias crónicas, hipertensión arterial y cáncer, en este orden, de acuerdo con un primer informe público de un reasegurador internacional. Además de inmunodeprimidos, entre otros. Desde el punto de vista de la selección de riesgos, y particularmente en relación con seguros individuales, estos son casos a los que las aseguradoras prestan especial atención, solicitando reseñas clínicas u otros requisitos adicionales de asegurabilidad, aplicando extraprimas o exclusiones a la cobertura, posponiendo la aceptación del riesgo o directamente considerándolo un RNA (riesgo no asegurable). La edad máxima de asegurabilidad, además, constituye una barrera de entrada para evitar la antiselección; la población de mayor riesgo, en general, no es asegurable.
Para las propuestas (solicitudes) que deban ser evaluadas a partir de ahora, y hasta que se logre superar la situación de emergencia sanitaria, habría que poder implementar los test para descartar el contagio, considerando que seguramente habrá portadores asintomáticos que soliciten una cobertura. Habrá que ver, también, qué tratamiento se le dará a las solicitudes de pacientes recuperados; tal vez, hasta que se sepa con certeza que no pueden volver a contagiarse, convendría posponer la aceptación del riesgo. Temas delicados, por cierto. Tendrá que considerarse el tratamiento que le darán a partir de ahora a las epidemias/pandemias los grandes reaseguradores en sus manuales de suscripción, que son en general la base de las políticas de selección y aceptación de riesgos de las aseguradoras.
Dentro de los seguros de personas, donde probablemente se registre un mayor impacto -de acuerdo con cómo evolucione la mortalidad asociada a COVID-19, por supuesto- es en los seguros de sepelio, en los que generalmente se admite y se cubre a personas de mayor edad, y con mayor extensión de la cobertura (en algunos casos sin límite de permanencia…). Y, además, también de grupos más vulnerables, donde las medidas de contención del contagio y circulación del virus -confinamiento, higiene, distanciamiento social- son más difíciles de hacer cumplir. Incluso podría llegar a complicarse la prestación de servicios por parte de las empresas funerarias. Las imágenes que pudieron verse de Guayaquil son más que elocuentes.
También hay que considerar que la combinación de crisis económica, incertidumbre, necesidades y temor, además de las consecuencias psicológicas del confinamiento, puede inducir a algunos asegurados a solicitar el rescate de los fondos disponibles de sus pólizas de seguros de vida y planes de seguros de retiro. Será necesario que tanto las aseguradoras como los productores asesores se anticipen a esta posible situación ofreciendo una mayor flexibilidad y posibilidades de adecuación de los planes. Este otro gran desafío para el sector se resume en una palabra: persistencia. Que los asegurados mantengan vigentes sus seguros y no interrumpan o reduzcan significativamente los aportes será (es), sobre todo, un esfuerzo que deberán hacer (están haciendo) los productores asesores.
Seguramente se incrementará la demanda de coberturas orientadas al financiamiento de cuidados prolongados, una actividad que presenta enormes posibilidades de desarrollo, tanto para quienes decidan dedicarse a esta profesión como para quienes administren este servicio. Como referencia, solo basta ver los anuncios de los fines de semana de la empresa que hace unos años tomó la iniciativa en el país, y las ofertas para la formación de estos profesionales. La mayor longevidad, los cambios en las estructuras familiares, entre otras causas, y (ahora) una mayor conciencia sobre la necesidad de contar con algún tipo de cobertura para asegurar la atención especializada -temporaria o prolongada, tal vez permanente (short/long term care)– de algún miembro de la familia, ha dejado en evidencia esta -en muchos casos- necesidad insatisfecha.
Será inevitable el impacto en las carteras de seguros colectivos, sobre todo en aquellos donde las sumas aseguradas se establecen en función de un múltiplo fijo sobre los sueldos, por reducciones de personal o de remuneraciones, pero también de seguros con capitales determinados en función de escalas o con capitales uniformes, en el caso de PyMEs y comercios, donde probablemente se registren directamente cierres.

 

 

También habrá un fuerte impacto sobre las carteras de seguros relacionados con el turismo y los servicios de asistencia al viajero, por razones obvias. Y, por supuesto, de todas las actividades relacionadas, desde aerolíneas, hoteles y toda su cadena de suministros, entre muchas otras.
Por las restricciones de circulación, probablemente haya un efecto positivo -menos casos- en relación con la siniestralidad vial.
En definitiva, la crisis está teniendo y tendrá un fuerte impacto en la actividad económica, con una caída significativa del PBI, con el inevitable efecto sobre las carteras de las aseguradoras.
Esta situación se verá agravada, además, por una sensible disminución de las tasas de interés, que impactará en los resultados de las aseguradoras, que deberán reducir gastos y mejorar resultados técnicos, en un mercado donde ningún competidor querrá perder su cuota de participación y algunos tenderán a ‘canibalizarlo’ para evitar ser desplazados y no caer en ‘zona de riesgo’, por problemas de solvencia.
Esta disminución de las tasas impactará también en el componente de ahorro de los seguros de vida, en el seguro de retiro y las rentas vitalicias.
Probablemente se registre un incremento de las primas por seguros de deudores, ya que el crédito será una herramienta imprescindible para ‘reconstruir’ la economía.
En este contexto es fundamental, también, el rol de los productores asesores en la contención de los asegurados, para llevarles tranquilidad respecto de sus coberturas, en la retención de los clientes, y en tratar de aprovechar la mayor sensibilidad en relación con los riesgos y una mayor predisposición a considerar al seguro como la manera más efectiva de cubrirse, pese a -o precisamente por- la incertidumbre que genera esta crisis. Los productores asesores son, por su ‘proximidad’ -ahora también mediada por la tecnología- con el cliente asegurado y potencial, verdaderos agentes de cambio cultural en la promoción de conciencia aseguradora.
«La biología -y no la tecnología- está acelerando la digitalización del mundo», es la paradoja a la que se refiere Jorge Carrión en un inquietante comentario publicado en la plataforma de The New York Times. «La revolución está siendo completada por una pandemia». Síntesis perfecta de la multiplicación exponencial de nuestra dependencia de los dispositivos y de las grandes empresas tecnológicas. Sobre este tema no puedo dejar de recomendar uno de varios libros esclarecedores: ‘Four – El ADN secreto de Amazon, Apple, Facebook y Google’, de Scott Galloway.
La digitalización de todo, proceso acelerado por esta crisis, que generaliza la necesidad de poder trabajar, comerciar, comprar y relacionarnos en forma remota, de adoptar medios de pago electrónicos (lo sucedido en plena cuarentena con los jubilados debió haberse anticipado) y muchas otras ‘imposiciones’, que en definitiva también nos permiten acceder a todo ‘más rápido, más fácil, más cómodo’, pero que requiere impulsar la inclusión digital (la digital es otra de las brechas que hay que cerrar).

 

 

Cierre – Misión del sector

Concluyo con una frase que sintetiza la misión de nuestro sector y nos sirve de guía, en particular en relación con el tema central de este comentario: «Más allá de todo, si al asegurado se le diagnostica una condición cubierta por el seguro, pagaremos el beneficio. Para esto es para lo que se inventó el seguro. Es la razón de ser de nuestra industria, y estamos preparados para pagar reclamaciones válidas cuando nuestros asegurados o sus beneficiarios más nos necesitan».

«La experiencia no es lo que le sucede a una persona, es lo que la persona hace con lo que le sucede»(Aldous Huxley).

 

(Lecturas Recomendadas)

Algunas recomendaciones para aprovechar el tiempo ‘en casa’. Simplemente algunos libros que, además de por el puro placer de la lectura, sirven para tratar de entender estos tiempos de cambios acelerados.

‘La cuarta revolución industrial’, de Klaus Schwab (fundador y director general del Foro Económico Mundial);
‘De animales a dioses’, ‘Homo Deus’, y ‘21 lecciones para el siglo XXI’, de Yuval Noah Harari;
‘Pasaje al futuro’ y ‘Guía para sobrevivir al presente’, de Santiago Bilinkis;
‘The Game’, de Alessandro Baricco;
‘Elon Musk’, de Ashlee Vance;
‘¡Sálvese quien pueda!’, de Andrés Oppenheimer;
‘El futuro del trabajo y el trabajo del futuro’, de Alejandro Melamed;
‘Orden mundial’, de Henry Kissinger;
‘Four – El ADN secreto de Amazon, Apple, Facebook y Google’, de Scott Galloway;
‘Grandes avances de la humanidad’, de Johan Norberg;
‘Modo esponja’, de Sebastián Campanario y Andrei Vazhnov;
‘Big data’, de Walter Sosa Escudero;
‘La convergencia de las tecnologías exponenciales & la singularidad tecnológica’, editado por Universidad CAECE;
‘No somos computadoras’, de Jaron Lanier.